domingo, 10 de noviembre de 2024

 La voz del Pozo

     Hola a todos: hoy voy a participar del reto de El Acervo de las Letras que siempre es genial. Esta vez se ha unido a Alianzara  para esta propuesta que me encantó. la idea es tomar el espacio como parte del relato, tomando éste vida y siendo un personaje más dentro de la historia. Teníamos opciones para que una música acompañara la lectura y yo elegí la siguiente:



     Así que denle mucho amor y espero les guste. Fue divertido para mi porque nunca escribí historias de terror. Una experiencia.


     La casa de su abuela estaba rodeada de árboles antiguos y enredados entre sí, como si quisieran proteger ese rincón del mundo. Llegó al atardecer, cuando la luz se tornaba dorada y espesa, y el aire tenía el peso de los recuerdos. Era un lugar hermoso, pero al cruzar el umbral, un escalofrío recorrió su espalda. La recibió un silencio expectante, casi como si estuviera conteniendo la respiración.

 

     Durante los primeros días, la recorrió con un sentimiento extraño, entre nostalgia y desasosiego. Las habitaciones parecían congeladas en el tiempo, con muebles cubiertos de polvo y un aroma a madera vieja y humedad. Fue durante uno de estos paseos por el terreno que lo encontró: el pozo.

 

     Estaba al borde de la propiedad, parcialmente cubierto de maleza, con piedras desgastadas y musgo adherido en sus bordes. La primera vez que se inclinó sobre él, la oscuridad en el fondo pareció responder a su mirada. Sintió una punzada en el estómago, una mezcla de vértigo y extraña fascinación, y retrocedió de inmediato.

 

     Esa noche, lo soñó. En el sueño, ella estaba de pie junto a él, mirándolo fijamente, pero no era su propio reflejo lo que veía en la superficie. Era un rostro desconocido, que la observaba con una mezcla de pena y advertencia. Despertó con un sudor frío, el sonido de un susurro aún retumbando en sus oídos.

 

     A partir de entonces, todo cambió. Al principio, era solo un murmullo bajo en la noche, un sonido apenas perceptible que parecía provenir en esa dirección. Al principio pensó que su mente le jugaba una mala pasada, pero con el tiempo comenzó a distinguir palabras, y lo más aterrador: su propio nombre.

 

     No sabía por qué, pero cada vez que se asomaba, sentía que el murmullo se hacía más nítido, como si el pozo la reconociera. Y entonces, una noche, ocurrió: la voz le habló. No era cálida, ni siquiera humana. Era un susurro helado, que llevaba siglos esperando por alguien dispuesto a escuchar.

 

—Ella hizo lo que debía hacer —dijo la voz, lenta, con un tono casi monótono—. Pero su sacrificio no fue suficiente.

 

Amanda retrocedió, pero la voz continuó.

 

—Tu abuela lo comprendió, pero no pudo evitar lo inevitable. Ahora, tú estás aquí, como lo estuvo ella. El precio debe pagarse, o yo nunca callaré.

 

     Desde esa noche, ya no pudo alejarse. La voz continuaba, revelándole secretos oscuros sobre su familia. Le habló de antiguos pactos, de sacrificios y de un lazo que unía a su linaje con ese pozo, una deuda que nunca se había saldado por completo. Al escuchar esas palabras, la joven sintió una mezcla de terror y fascinación. Pasaba horas sentada a su lado, sentada en la hierba, escuchando, atrapada por esos susurros que la llamaban con una sed insaciable.

 

     Día tras día, sus noches se llenaron de pesadillas. En sus sueños, veía a su abuela de pie junto al pozo, mirando con ojos vacíos y tristes, murmurando palabras inaudibles.

     Entonces, le confesó la verdad: su muerte no había sido un accidente. Había sido un sacrificio, una ofrenda para calmarlo, para mantener a raya sus palabras. Sin embargo, el espíritu nunca estaba satisfecho. La anciana se había convertido en un eco en el fondo, atrapada, esperando que alguien cumpliera con el legado.

 

     Amanda comenzó a desmoronarse. No podía dormir, ni comer. Se sentía arrastrada hacia él, como si una fuerza invisible tirara de ella.

      Una noche, incapaz de soportarlo más, decidió enfrentarse a ese espíritu ancestral. Bajó de la casa hasta el lugar, donde el aire se tornaba helado y el viento soplaba como un gemido. Tomó una lámpara y, con la respiración entrecortada, comenzó a descender.

     Cada escalón la acercaba más a la oscuridad, y el silencio se volvía más opresivo, como si el pozo quisiera tragársela. Al llegar al fondo, la voz la rodeó como un aire frío, como un eco que surgía de todas partes y de ninguna.

 

—No hay salida —dijo, ahora más clara, más poderosa—. Aquí estarás, conmigo, hasta que el próximo guardián venga a liberarte.

 

     La última imagen que vio antes de que la lámpara se apagara fue el rostro de su abuela, que aparecía en la superficie de las aguas oscuras, atrapada para siempre. Ella había tomado su lugar, y la deuda había sido pagada una vez más.

 



domingo, 3 de noviembre de 2024

Cuando el suelo se quiebra

 Hola a todos: Hoy les dejo mi participación en el blog de la genia de Ginebra Blonde, Varietés. La idea es transformar en relato o poema o cuento un hecho de terror que hayamos vivido y como siempre nos dejó algunas imágenes para inspirarnos. Espero les guste el resultado. Hace 8 años me levanté un día y no podía pronunciar ninguna palabra, Sí, lo hacía en mi mente pero no podía responder. Mi familia, que fue la que me sostuvo se asustó muchísimo y me fueron conteniendo a lo largo del tratamiento que me trajo de nuevo a la realidad, pero transformada.

Espero  les guste. Denle mucho amor




   La habitación era un océano de papeles, obligaciones, y expectativas tan densas como el aire sofocante que respiraba. Los relojes en las paredes parecían burlarse de ella, acelerando sus latidos en cada tic-tac despiadado. Aun así, no se detenía. No podía permitirse el lujo de parar. Las listas de tareas crecían como malas hierbas, incontrolables, siempre hambrientas de tiempo.

 

     Hasta que ocurrió.

 

     El suelo cedió bajo sus pies, como si el mundo se quebrara y la gravedad tomara un gusto sádico en llevarla al centro de la tierra. Cayó de rodillas, el golpe reverberando por sus huesos, y entonces las sintió: manos, frías y asfixiantes, surgiendo de las entrañas del suelo. Dedos huesudos que se enroscaban alrededor de sus muñecas, tobillos y hombros, tirando de ella hacia abajo. Era imposible determinar si la tierra era de madera o de carne, pero estaba viva y famélica.

 

     Intentó gritar, pero su voz se ahogó en un alarido seco, atrapado en el pozo de su pecho. Un susurro la rodeó, incesante y monocorde, como un sinfín de responsabilidades exigiendo su atención.

 

     "No puedes detenerte."

 

     El frío de las manos se colaba en su piel, un escalofrío que se extendía hasta sus entrañas. El mundo a su alrededor palpitaba, y el olor a hierro oxidado llenaba el aire, como si la misma tierra sangrara por el esfuerzo de retenerla. Trató de zafarse, de tirar con fuerza para liberarse, pero las manos seguían apareciendo, empujando, atrapándola en una prisión sin muros.

 

     A medida que la oscuridad se cernía sobre ella, una imagen atravesó su mente: la de sí misma, sola en su escritorio, con montañas de tareas que jamás compartió, proyectos que jamás delegó. Y se dio cuenta de que aquellas manos eran las suyas, manifestadas por el peso del estrés que la había estrangulado durante tanto tiempo.

 

     Mientras luchaba con todas sus fuerzas, un destello de luz atravesó la oscuridad, cálido y envolvente como un abrazo que había olvidado. Era tenue al principio, apenas un susurro de claridad, pero crecía, bañando las paredes y las manos que la aprisionaban con una luminiscencia suave.

 

     Por un momento, se quedó inmóvil, sintiendo el calor en su piel y la suavidad de un aire limpio que barría el olor a hierro. Cerró los ojos y, en su mente, una voz emergió de aquel caos, una voz distinta, calmada y llena de compasión.

 

"Es hora de soltar."

 

     Al inhalar ese aire nuevo, sintió que el peso de las manos empezaba a disminuir. Sus dedos, antes aferrados al suelo por el miedo, empezaron a soltarse uno por uno. No sin esfuerzo, se enderezó, dejando que la luz la envolviera. El terror comenzó a disiparse, y la tierra, que antes parecía hambrienta y viva, ahora se sentía firme, sólida, como un suelo que la sostenía en lugar de arrastrarla hacia abajo.

 

     El cielo sobre ella era un lienzo en constante cambio, pero en esa tranquilidad encontró algo que había olvidado: la promesa de un nuevo comienzo.

 

     Supo que no estaba completamente curada, que el camino sería largo y que necesitaría ayuda y cuidado. Pero el simple hecho de sentir el suelo bajo sus pies, firme y amable, le hizo creer que era posible seguir adelante, que había vida y esperanza más allá del abismo.

 

Con la luz acariciando su rostro, se levantó. Dio su primer paso, más consciente que nunca de que el suelo ya no la atrapaba; ahora, era el que la sostenía

 



 La voz del Pozo      Hola a todos: hoy voy a participar del reto de  El Acervo de las Letras  que siempre es genial. Esta vez se ha unido a...