La voz del Pozo
Hola a todos: hoy voy a participar del reto de El Acervo de las Letras que siempre es genial. Esta vez se ha unido a Alianzara para esta propuesta que me encantó. la idea es tomar el espacio como parte del relato, tomando éste vida y siendo un personaje más dentro de la historia. Teníamos opciones para que una música acompañara la lectura y yo elegí la siguiente:
Así que denle mucho amor y espero les guste. Fue divertido para mi porque nunca escribí historias de terror. Una experiencia.
La casa de su abuela estaba rodeada de
árboles antiguos y enredados entre sí, como si quisieran proteger ese rincón
del mundo. Llegó al atardecer, cuando la luz se tornaba dorada y espesa, y el
aire tenía el peso de los recuerdos. Era un lugar hermoso, pero al cruzar el
umbral, un escalofrío recorrió su espalda. La recibió un silencio expectante,
casi como si estuviera conteniendo la respiración.
Durante los primeros días, la recorrió con
un sentimiento extraño, entre nostalgia y desasosiego. Las habitaciones
parecían congeladas en el tiempo, con muebles cubiertos de polvo y un aroma a
madera vieja y humedad. Fue durante uno de estos paseos por el terreno que lo
encontró: el pozo.
Estaba al borde de la propiedad,
parcialmente cubierto de maleza, con piedras desgastadas y musgo adherido en
sus bordes. La primera vez que se inclinó sobre él, la oscuridad en el fondo
pareció responder a su mirada. Sintió una punzada en el estómago, una mezcla de
vértigo y extraña fascinación, y retrocedió de inmediato.
Esa noche, lo soñó. En el sueño, ella
estaba de pie junto a él, mirándolo fijamente, pero no era su propio reflejo lo
que veía en la superficie. Era un rostro desconocido, que la observaba con una
mezcla de pena y advertencia. Despertó con un sudor frío, el sonido de un
susurro aún retumbando en sus oídos.
A partir de entonces, todo cambió. Al
principio, era solo un murmullo bajo en la noche, un sonido apenas perceptible
que parecía provenir en esa dirección. Al principio pensó que su mente le
jugaba una mala pasada, pero con el tiempo comenzó a distinguir palabras, y lo
más aterrador: su propio nombre.
No sabía por qué, pero cada vez que se
asomaba, sentía que el murmullo se hacía más nítido, como si el pozo la
reconociera. Y entonces, una noche, ocurrió: la voz le habló. No era cálida, ni
siquiera humana. Era un susurro helado, que llevaba siglos esperando por
alguien dispuesto a escuchar.
—Ella hizo
lo que debía hacer —dijo la voz, lenta, con un tono casi monótono—. Pero su
sacrificio no fue suficiente.
Amanda
retrocedió, pero la voz continuó.
—Tu abuela
lo comprendió, pero no pudo evitar lo inevitable. Ahora, tú estás aquí, como lo
estuvo ella. El precio debe pagarse, o yo nunca callaré.
Desde esa noche, ya no pudo alejarse. La
voz continuaba, revelándole secretos oscuros sobre su familia. Le habló de
antiguos pactos, de sacrificios y de un lazo que unía a su linaje con ese pozo,
una deuda que nunca se había saldado por completo. Al escuchar esas palabras,
la joven sintió una mezcla de terror y fascinación. Pasaba horas sentada a su
lado, sentada en la hierba, escuchando, atrapada por esos susurros que la
llamaban con una sed insaciable.
Día tras día, sus noches se llenaron de
pesadillas. En sus sueños, veía a su abuela de pie junto al pozo, mirando con
ojos vacíos y tristes, murmurando palabras inaudibles.
Entonces, le confesó la verdad: su muerte
no había sido un accidente. Había sido un sacrificio, una ofrenda para calmarlo,
para mantener a raya sus palabras. Sin embargo, el espíritu nunca estaba
satisfecho. La anciana se había convertido en un eco en el fondo, atrapada,
esperando que alguien cumpliera con el legado.
Amanda comenzó a desmoronarse. No podía
dormir, ni comer. Se sentía arrastrada hacia él, como si una fuerza invisible
tirara de ella.
Una
noche, incapaz de soportarlo más, decidió enfrentarse a ese espíritu ancestral.
Bajó de la casa hasta el lugar, donde el aire se tornaba helado y el viento
soplaba como un gemido. Tomó una lámpara y, con la respiración entrecortada,
comenzó a descender.
Cada escalón la acercaba más a la
oscuridad, y el silencio se volvía más opresivo, como si el pozo quisiera
tragársela. Al llegar al fondo, la voz la rodeó como un aire frío, como un eco
que surgía de todas partes y de ninguna.
—No hay
salida —dijo, ahora más clara, más poderosa—. Aquí estarás, conmigo, hasta que
el próximo guardián venga a liberarte.
La última imagen que vio antes de que la
lámpara se apagara fue el rostro de su abuela, que aparecía en la superficie de
las aguas oscuras, atrapada para siempre. Ella había tomado su lugar, y la
deuda había sido pagada una vez más.