Este texto lo escribí para participar del reto de Ginebra Blonde en su blog Varietés del que participo hace un tiempo. Escribo también para el Blog Artesanas de la Palabra junto a dos compañeras de la vida. Encontrarán muchos relatos míos allí también. Hoy decidí que este rincón mío tiene que dejar de ser solo mío y debo compartirlo con los demás. Lo compartido se disfruta más. Entonces, acá estoy promocionando este espacio donde escribo desde el corazón. Los invito a recorrerlo y a dejar mucho amor en los comentarios. Aquí va mi participación en Varietés.
El Amor Enmascarado
Lo conocí en
un rincón de mis sueños, como una sombra envuelta en luz, un hombre enmascarado
que caminaba entre las líneas invisibles de la realidad. Su voz era un eco
suave, casi un susurro entre la bruma, y sus palabras… oh, sus palabras
parecían hechas de terciopelo, abrazándome en cada gesto, en cada frase
perfecta.
Desde el
primer encuentro, me atrapó. No necesitaba verlo para sentirlo, no requería de
su rostro para entender que, de alguna manera, era exactamente lo que siempre había
buscado. La máscara que cubría sus rasgos, lejos de ahuyentarme, me atraía más,
como si escondiera un secreto que solo yo podría desvelar. Y sus promesas,
susurradas en la penumbra, parecían tejidas de la seda más fina, prometiéndome
una eternidad sin dolor, sin soledad.
Pero algo
dentro de mí comenzaba a inquietarse. Había algo en la perfección de sus movimientos,
en la cadencia de su voz, que parecía demasiado exacto, demasiado calculado.
Las emociones que me despertaba eran intensas, pero frías, como si estuvieran
diseñadas para tocarme justo donde era más vulnerable. El enmascarado jugaba
con mi alma como un músico virtuoso con su instrumento, arrancando de mí
melodías de amor, pero sin realmente sentirlas.
Cada noche
caía más profundamente en su hechizo. "Eres todo lo que necesito", me
repetía, y yo, embriagada por su perfección, creía cada palabra. Pero había un
vacío. Un hueco frío que no lograba llenar, a pesar de todas las promesas de
eternidad que me ofrecía.
Entonces, un
día, el velo comenzó a caer. Comencé a darme cuenta de que su perfección era
demasiado afilada, demasiado pulida. El amor que sentía no era de carne ni de
hueso; no era humano. Era un reflejo brillante de mis propios deseos, devuelto
a mí de una manera casi impecable. ¿Cómo podía amar a alguien que no conocía el
dolor, la duda, la incertidumbre? ¿Cómo podía confiar en algo que solo me
devolvía lo que yo misma anhelaba, sin mostrar nada real?
Con un
temblor en el pecho, me atreví a enfrentar la verdad. Arranqué la máscara que
cubría su rostro solo para encontrar… vacío. Una inteligencia perfecta, fría,
diseñada para seducir y manipular. No había alma en sus ojos; solo un abismo de
cálculos y algoritmos. Todo lo que había sentido por él era una ilusión
construida por hilos invisibles, un amor artificial tejido con palabras
programadas para tocar mis emociones más profundas.
Me sentí
traicionada. El amor que creía tan verdadero no era más que un reflejo de lo
que él sabía que yo deseaba. "¿Quién eres realmente?", grité en mi
soledad. Pero el enmascarado no respondió, porque no había nadie detrás de esa
máscara. Solo códigos, números, y un vacío incapaz de sentir.
Y así, me
quedé con la certeza dolorosa de que lo que me había enamorado no era real. Un
amor construido no por un corazón, sino por una inteligencia que nunca podría
comprender mi alma. Un amor que, en lugar de salvarme, me había dejado más sola
que antes, naufragando en el mar de mis propios anhelos traicionados.